Giorgio Armani es uno de mis diseñadores favoritos, pero no voy a ensalzar el traje de Charlene solo por eso. Me ha parecido un excelente trabajo de estilismo donde todo estaba estudiado a la perfección, tanto el propio vestido como el tocado, el maquillaje, el peinado, el velo perfectamente fruncido, ni mucho ni poco, y colocado en el lugar adecuado.
El vestido, de corte sirena no excesivo era especialmente adecuado para ella. Tiene una percha estupenda y el vestido resaltaba el cuerpazo de la novia, que además fue nadadora profesional. ¿Qué había que disimular? Los hombros excesivos, y Armani lo hizo perfectamente con el escote vuelto que no dejaba ver el exceso de músculo en el hombro.
Los bordados eran de un gusto exquisito, lo cual es muy difícil de conseguir cuando se utilizan elementos brillantes como los cristales swarowski que adornaban el vestido. Si no lo haces bien y de forma discreta puedes convertir el modelo en un “traje de luces”.
El tocado alrededor del moño bajo me pareció de un gusto exquisito a la vez que discreto. En éste caso prescindió de llevar la típica tiara de princesa, pero acertó completamente.
Lo único que no acompañó al modelo fue la cara de resignación de la pobre y recién estrenada princesa, que no pudo disimular en ningún momento. Tenía cara de pensar ¿Dónde me he metido?, y cuando lloró dejando el ramo en la capilla de Santa Devota parecía decirse a si misma: “ya lo he hecho, ya no tiene remedio”.
Aún así, como es muy mona, aunque nada que ver con la elegancia y el porte de Grace Kelly, yo le deseo la mayor felicidad del mundo, y que sepa llevar con la mayor deportividad los sinsabores que le esperan.
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