El blanco, y toda su gama, no se generalizó para los vestidos de novia hasta mediados del siglo XX. Y es que en épocas pasadas la mujer se casaba con el traje regional o con uno similar al de cada día pero en tejido más rico, elaborado y con más adornos
En la Edad Media cualquier traje servía para casarse, pero lo más común era hacerlo con colores alegres y túnicas rojas. Durante el Renacimiento lo hacían con vestidos de novia que seguían las modas del momento. Las mujeres nobles lucían costosísimos brocados de oro y plata, mientras que las más humildes estrenaban un traje que luego les sirviera para sus tareas diarias.
La moda del diseño blanco para el vestido de novia la impuso, sin querer, la Reina Victoria de Inglaterra en 1840, cuando se casó con Alberto de Sajonia con un traje blanco bordado en oro. En los años siguientes todas las damas de la nobleza lucieron esta tonalidad en cuidados vestidos de novia en los que añadían antiguos velos familiares de encaje.
Además, el catolicismo, que siempre había relacionado el blanco con la pureza, a partir del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854 empezó a asociar este color con la virginidad de la mujer, otorgando un importante valor moral a esta tonalidad.
En España, no fue hasta bien entrado el siglo pasado que las novias adoptaron la blanca moda nupcial europea y hasta entonces continuaban utilizando vestidos de novia negros debido a la recesión económica que sufría el país. Las grandes bodas retransmitidas masivamente por televisión como la de Fabiola de Mora y Aragón con el rey de Bélgica y la de Grace Kelly con Rainiero de Mónaco supusieron el lanzamiento definitivo de color blanco para el vestido de novia, que hoy perdura con toda su fuerza en la moda nupcial.
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